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Caza furtiva, entre la práctica cultural y grupos organizados que alimentan un mercado demandante

La caza furtiva en Misiones tiene dos dimensiones. Una cultural, pues entraña el accionar de vecinos de distintas localidades que realizan la práctica depredatoria como un pasatiempo, hobbie o, en el menor de los casos, por subsistencia. La otra es económica e involucra a grupos organizados que preparan incursiones desde el Brasil para hacerse de los preciados ejemplares que pueblan la selva. Ambas son amenazas con las que el Cuerpo de Guardaparques del Ministerio de Ecología tiene que lidiar todos los días, con dos armas, la concientización y el control.

Jorge Bondar es el Coordinador Técnico de la Reserva Biosfera Yabotí. En los años que lleva como guardaparque ha podido construir un perfil de ambos infractores. Su reflexión es muy valiosa para tener en cuenta qué tipo de problema es el que se está enfrentando y que como ciudadanos nos involucra a todos.

“Para mucha gente, la caza furtiva en Misiones es una cuestión cultural. Cazaba el bisabuelo, el abuelo. Eso se transmite al hijo. Afortunadamente, las generaciones más jóvenes comprenden el daño que causa esa actividad delictiva”, explica.

Apunta que si bien la problemática afecta a muchas de las áreas protegidas, mencionó que se siente con más fuerza en las zonas limítrofes con el Brasil, Yabotí, los parques provinciales Moconá, Foester y Urugua-í. “Existen dos tipos de caza. Uno el practicado por el colono o campesino misionero, argentino. Reside en un área lindante a un parque o a una reserva. Por ahí cuando le es fácil ingresar, va en busca de uno o dos presas. Es el cazador formado por herencia”, caracteriza.

El otro opera de manera diferente: “En la frontera con el Brasil está el que ingresa por una cuestión económica porque venden la presa en las ciudades centrales o de la costa atlántica de ese país. En territorio brasileño hay restaurantes que ofrecen menús con carne silvestre. Es un producto muy requerido en cierto mercado. En este ámbito el cazador tiene un rédito económico».

“Si analizamos el escenario, del lado del Brasil hay soja y ganado. De este lado de la frontera, la selva. Para muchos es una tentación. A esto hay que sumarle que el caudal del río Pepirí en gran parte del año es bajo, por lo que pasan caminando, a caballo o en motos. Se les hace fácil entrar a cazar”, añade el guardaparque.

Detalla que los furtivos vienen preferentemente en motos, que ocultan en un sector frondoso. “Generan un campamento que lo usan por un largo tiempo. En alguna ocasión encontramos algunas que hasta tenían huertas, donde plantaban cebollitas y perejil. Traen motosierras, utensilios de cocina y distintos tipos de bebidas. Incluso cortan y apilan leña”, precisa.

Añade Bondar que “sus incursiones en el monte duran tres o cuatro días, tiempo en el cual sólo cargan sus armas, por lo general de grueso calibre. Tienen armados sus cebaderos, su frutera, sus esperas o sobrados. Hay algunos grupos que ingresan con perros, cuando buscan alguna presa en particular, como antas o corzuelas. Apelan a los cebaderos con maíz o fruta para la paca, por ejemplo”.

Reconoce que “hacer un seguimiento de esta gente lleva su tiempo, para conocer su idiosincrasia. Ellos se guían por distintos factores, como el clima o la luna. Hay algunos incluso que entran desde el Brasil, caminan diez o doce kilómetros, hacen su intento, si no cazan nada, salen. Son cazadores solitarios”.

Con esto se enfrentan los guardaparques de manera regular. Bondar recuerda que hace algunas semanas en una tienda de Buenos Aires hallaron pieles de distintos animales silvestres que estaban para la venta. “Es probable que esas especies hayan salido de alguna provincia de la Argentina. Ahí vemos el rédito económico que hay detrás de la caza furtiva”, ejemplifica.

Un aporte importante para combatir esta práctica nociva con la biodiversidad es denunciarla. Sólo el compromiso de todos levantará una barrera fuerte contra los cazadores furtivos.